En la N-230, de Lleida camino de Viella, hay un pequeño bosquecillo de pino blanco muy productivo para la Tricholoma Terreum, que de un tiempo a esta parte se ha convertido en el pasaje del terror. El hecho de estar a pie de carretera y ser de fácil acceso lo convierten en un imán para el setero bolsero. Un martes, miércoles, jueves, al mediodía, puedes encontrar perfectamente diez o doce coches con sus respectivos veinte o trenta ocupantes con bolsas del mercadona arramblando con todo lo que encuentran.
No sé si lo de las cestas de mimbre y las esporas es cierto o es una leyenda urbana, pero el efecto es feo, feo, feo. El sopicaldo que se les queda dentro de las cestas ya es problema suyo, pero es que los bolseros suelen traer de propina los vicios más desagradables en esto de coger setas: gritos en el monte, basura en el suelo, pateado de setas, levantamiento de mantillo y masificación. Cuando todavía me paseaba por ese pinar llegué a decirles algo si veía algo que no me gustaba, pero ya he tirado la toalla y si puedo, ni me acerco.
Lo que siempre digo, súper impopular por cierto: regulación y permisos, al nivel de la pesca, por ejemplo. Lo que la regulación lleva consigo no es el control por el control, son estudios del impacto de la actividad humana en el medio, protección de los ecosistemas y especies en peligro, tirar un poco para atrás a la gente así y dignificación de la afición.