Jueves, último día de mayo, muy temprano y en bicicleta camino del trabajo oteo casi con vergüenza los montes de Gaztelumendi. El viento francés cubre las cimas de las montañas de una húmeda y espesa niebla atraída por los hayedos, pero que a la tarde se retirará hasta la siguiente sinclinal tras el valle, aún más cerca del Cantábrico.
Saludo al bosque que utilizo como indicador de setas, y no encuentro nada, nada y nada..... micológico, pero en un tronco caído de abeto hay una laminilla de huevos de vaya usted a saber qué, me entretengo con un zorzal que se deja fotografiar y un paisano que me asegura que para curar un persistente catarro, lo mejor es acariciar con mimo y respeto las cabras que bien atadas limpian y cuidan el monte.
A punto de abandonar el bosque, me acuerdo de Alfred y mojo con saliva el índice que levanto para sentir el aire y me digo como Dani el de Alcorcón, "Txabal, txabal, que la estás cagando, algo te estás dejando...", también me lo dijo Pablo al que tuve que explicar que algunos liberan libros, y yo varas de avellano, como la que quedó en Bronchales y...... txan ta ta txan, la Magia del Bosque se dejó ver, mirar y ......
.... y disfrutar, siempre acompañado de la vara de avellano que con serenidad aguarda el desenlace del vuelo del halcón.