Como cada mes, y este no iba a ser distitnto, toca hacer mínimo una escapada al monte. En busca del habitante silencio del bosque, de la armonía de sonidos y colores que semblan los desfiles carnavalescos de Río. El alba, una vez más, se convertía en único testigo de nuestra marcha a los montes del bueno de El Pana y un servidor, esta vez, con su hermano de escudero al que cada vez le aprieta más la gana de pisar el monte, de respirar su aire y beber de sus claras y puras aguas. La pena que nuevamente Belsebú no pudiera acompañarnos, ya tenemos más de una pendiente Pablo. El calor no hizo presencia y el polar no dejo de cubrir nuestros cuerpos que recorrían las más profundas hombrías, en busca y al acecho de fúngicas presas que pudieran ser abatidas por nuestros afilados estiletes. Como en las últimas salidas al monte, la natuarleza volvió a ser generosa con nosotros y a nuestro camino y paso nos obsequiaba con chantarelas, unas teñidas de amarillo chillón y otras de blanco pruinoso. Y así se hizo la hora de almorzar, de reponer las fuerzas quemadas en en lance, que no fue sencillo y fácil. Luego, todo luce con otro color, .... , y como no una muestra más de lo magna que es en su esencia la naturaleza, tan impredecible,....., tan majestuosa. Y aún no entiendo como a mediados del tórrido més de Julio pueriles gulas montañesas iniciaban sus corredurías por el jardín de infancia, al que dejamos tranquilo con la esperanza de verlas crecer y desarrollarse, siempre que el asfixiante calor veraniego les de su beneplácito. Así, que a la espera del merecido descanso de todo guerrero que llega con su ansiado periplo vacacional, no queda más que volver a dar las gracias a la magna madre naturaleza que tantas alegrías acompañadas de fatigas nos hace vivir. Salu2
Pueriles las gulas que en el jardín de infancia se quedaron