En Euskalerria negociamos un verano de 22 ininterrumpidos días de lluvia. Este pasado invierno a Jon, mi hijo de 10 años le diagnosticaron alergia a las gramíneas, nada grave, aunque por precaución y profilaxis dejamos de salir al campo en primavera. Llueve todo el día, pero hacia las 4 de la tarde intuyo que no caerá más agua. La festuca, la briza ya amarillo paja y la lluvia que habrá desinfectado de polen el aire, me animan en este final de julio a pasear el monte.
- Jon, vamos a setas.
- Aita, en verano no hay setas.
Me equivoco, nos acercamos a un oscuro y algo siniestro bosque de abeto rojo y un sirimiri que no moja, protegidos por una densa capa de acículas, le descubre a Jon decenas de Mycena, Scleroderma, Lepista, Amanitas, Agaricus… le cito los nombres científicos y le explico cómo nacen y lo que esconden los carpóforos bajo tierra. La vara de avellano es apoyo y deja de ser arma en la mano del niño. Ya no lloverá más.
Salimos del abetal, viajamos a un cercano y centenario bosque de cipreses de Lawson, y Jon alborotado encuentra la estrella del bosque Geastrum fimbriatum, una de las muchas que faltan en mi lista. Doy por hecho el día con semejante descubrimiento y emociones, pero me vuelvo a equivocar.
Ya en el prado, espantamos sin querer a un arrendajo, ave de curioso canto y comportamiento, que vuela hasta un espino blanco. El camino nos lleva de nuevo hasta el pájaro, que alza de nuevo el vuelo. De repente, sin saber de dónde, como de entre las grises y oscuras nubes aparece un halcón, que hábil y certero se hace en segundos con la presa; en medio minuto cesan los gritos de terror del gayo ya en el suelo. Jon no entiende la esencia del drama natural y la excursión se convertirá en historia íntima, didáctica e inolvidable.
Feliz verano Baharí…
¡Con que orgullo saldré con él al alba
Jugando mi mano al viento,
Para tomar lo libre con lo encadenado!
Abd al-Aziz ben Al-qabturnuh